La
economía, mientras tanto, se derrumbaba: “Las
actividades cesaron y los artesanos abandonaron todos los empleos y los
trabajos que llevaban entre manos”. Pero a diferencia de hoy en día, las
autoridades fueron incapaces de organizar unos servicios esenciales. “Parecía muy difícil obtener pan o cualquier
otro alimento, por lo que, para algunos enfermos, el desenlace final de la vida
fue sin lugar a dudas prematuro, debido a la falta de artículos de primera
necesidad“, escribió el bizantino en Sobre las guerras. "Muchos se morían porque no tenían a nadie que los curara", ya que las personas que atendían la emergencia "caían agotadas al no poder descansar y sufrir constantemente. Por eso, todos se compadecían más de ellos que de los enfermos".
Vigilancia en las calles
Justiniano, dada la
desesperada situación, distribuyó entonces “pelotones de guardias de palacio”
por las calles y nombró a su jefe de gabinete refrendario, el “cual con el
dinero del tesoro imperial e incluso poniendo de su propio bolsillo sepultaba
los cuerpos de los que no tenía nadie que se ocupara”. El mismo emperador se
infectó, aunque superó la enfermedad, y continuó gobernando durante más de un
decenio.
Los picos de mortandad
subieron de 5.000 a 10.000 muertos al día, e incluso más. De tal manera que,
“aunque en un primer momento cada uno tenía cuidado de los muertos de su casa,
el colapso y el caos se convirtieron en inevitables y los cadáveres se lanzaban
también a las tumbas de otros, a escondidas o con violencia”. Incluso los ilustres,
recuerda el Procopio, “permanecieron sin sepultar durante muchos días”, así que
“los cuerpos se amontonaron de cualquier manera en las torres de las murallas”.
No habría cortejos ni ritos funerarios para ellos.
Cuando finalmente se
superó la pandemia, surgió un aspecto positivo:
“quienes habían sido partidarios de las diversas facciones políticas
abandonaron los reproches mutuos. Incluso aquellos que antes se entregaban a
acciones bajas y malvadas dejaron, en la vida diaria, toda maldad, pues la
necesidad imperiosa les hacía aprender lo que era la honradez”, en palabras de
Procopio, aunque al cabo de un tiempo volvieron a las andadas. “Este punto
justo de poesía nos hace vislumbrar el optimismo y la esperanza de que tal vez
nos permitirán salir adelante y no volver a tropezar de nuevo con la misma
piedra”, termina la experta más con ilusión que con certeza.
Así se relatan los efectos de una peste que asoló el mundo entre los años 541 y 544, de China a las costas de Hispania, según el Estudio La plaga de Justiniá, segons el testimoni de Procopi, de Jordina Sales Carbonell, investigadora del Institut de Recerca en Cultures Medievals de la Universidad de Barcelona; que es objeto también de un artículo publicado hoy en el diario El País, y del cual han sido extraídos estos textos.
La historiadora nos habla de una pandemia que llegó del extranjero y que se extendía rápidamente desde los puertos donde arribaban los pasajeros infectados -asintomáticos o no- , sin ningún remedio médico disponible que pudiese pararla,
Habla cómo los habitantes permanecían confiados en chándal (lo que justiniano cita como "con ropa cualquiera, como si fueran particulares") para evitar contagios, que la paralización de la economía fue total, que el ejército vigilaba las calles, que los médicos contagiados trabajaban hasta la extenuación, y que miles de fallecidos quedaban sin enterrar diariamente durante "muchos días porque quienes cavaban ya no daban a vasto".
Y concluye Jordina Sales con una moraleja: "A día 1 de abril de 2020 determinadas similitudes y paralelismos del comportamiento humano frente a un virus y sus consecuencias nos parecen tan cercanas y actuales que, a pesar de la tragedia que estamos viviendo en primera persona, nunca podemos dejar de maravillarnos de cómo se repite la historia"
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