Escenas de una pandemia de hace 1.500 años
que se
repiten hoy
Una investigación de la Universidad de
Barcelona destaca las sorprendentes similitudes entre la pandemia del
coronavirus y la plaga de Justiniano que asoló el mundo en el 541.
En el 541, durante
el reinado del bizantino Justiniano, se desató un brote de peste bubónica en el
imperio. “La alarma surgió en Egipto, desde donde la infección se expandió de
forma rápida y letal”. Procopio lo reflejó en su libro Sobre las guerras,
donde relataba las campañas militares de Justiniano por Italia, África del Norte,
Hispania... y cómo los soldados iban extendiendo la pandemia
por los distintos puertos a los que llegaban, fundamentalmente de Europa,
África del Norte, el Imperio Sasánida (Persia) y, desde allí, a China.
Procopio,
como consejero del general bizantino Belisario, al que siguió en sus campañas,
se convirtió así en “testigo privilegiado” de una pandemia que recibió el
nombre de plaga de Justiniano: “Se declaró una epidemia que casi acaba con todo
el género humano de la que no hay forma posible de dar ninguna explicación con
palabras, ni siquiera de pensarla, salvo remitirnos a la voluntad de Dios”,
escribió el historiador bizantino.
“Esta epidemia”, continuó, “no afectó a una
parte limitada de la Tierra, ni a un grupo determinado de hombres, ni se redujo
a una estación concreta del año [...], sino que se esparció y se cebó en todas
las vidas humanas, por diferentes que fueran unas personas de otras, sin
excluir ni naturalezas ni edad”. Así, la enfermedad no conocía limites, “hasta
los extremos del mundo, como si tuviese miedo de que se le escapara algún
rincón”.
Un
año después de ser detectada, la peste llegó a la capital del imperio, Bizancio (actual Estambul), “asolándola durante cuatro
meses”. “El confinamiento y aislamiento eran totales”, describe Sales
Carbonell, “pues era más que obligatorio para los enfermos. Pero también se
impuso una especie de autoconfinamento espontáneo e intuitivamente voluntario
para el resto, en buena parte motivado por las propias circunstancias”. De
hecho, “no era nada fácil ver a alguien en los lugares públicos, al menos en
Bizancio, sino que todos los que estaban sanos se quedaban en casa, cuidando de
los enfermos o llorando los muertos”, según Procopio. Y lo hacían “con ropa
cualquiera, como simples particulares”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario